viernes, 14 de septiembre de 2007

Filosofía






Aquel hombre era invisible,
pero nadie se percató de ello.
(minicuento. Gabriel Jiménez Emán)



Vivir es desear.


La frase la dijo alguien en la presentación de un proyecto de ayuda a mujeres inmigrantes, y me pareció un resumen perfecto, a la vez adaptable a todos. A los que deseamos consumir, a los que deseamos amar, a los que deseamos un mañana para todos, a los que deseamos simplemente vivir, o sobrevivir.


La filosofía es una entidad difícil estos días. Entendida como el pensar un poco en uno mismo, en lo que realmente se quiere, los anhelos. No pretendo ir a Hegel, en mi caso es inmensamente más simple. La filo queda sepultada por multitud de cuestiones a veces inútiles, el consumo una de ellas, los deseos que cubren a los verdaderos deseos. Distinguirlos se va haciendo cada vez más difícil en las sociedades ricas, pero también en las pobres.


Porque vivir es desear, y eso incluye siempre más. También lo bueno: superarse, aprender, crecer, añadir años a la vida. Los chinos siempre tienen frases maravillosas para esto, aunque nadie las entienda. Cosas como, y simplifico una vez más: "cuando aprendas a conocerte a ti mismo, y a amarte, sabrás cuál es tu camino. Pero resulta que justamente yo lo que quiero es encontrar mi camino, y no tengo tiempo para pasarme una vida hasta aprender por fin a quererme y aceptarme como soy. Claro, los chinos dirían: de eso se trata. Nada es fácil. Y nos arruinan las perspectivas occidentales de rapidez y eficacia. Dichosos chinos, se merecen trabajar 12 horas diarias 29 días a la semana, por exceso de filosofía.


Pero a veces, sólo a veces, no hace falta la filosofía. Como cuando tenemos delante un paisaje como el de Cádiz, que pegué al inicio de este blogeo y que parece casi de postal cursi. Qué difícil la línea entre la belleza sublime y el mal gusto. Pero no importa porque la angustia casi desaparece cuando se mira el sol y la playa. Y de paso a los hippies que aún existen (los de verdad, no los de la Toldería de la Griega -para los no porteños: casa de ropa hippie carísima para señoras "bian"), y envidiar su no necesidad de preguntarse por su filosofía de vida, ya que la han abrazado por completo (¡y conste que no quiero eso, sólo envidio su seguridad!)


O pasear de noche por Sevilla, con fresquito, olor a jazmines, disfrutando de una zona peatonal que han hecho alrededor de la catedral, por donde ahora sólo pasa el tranvía. Sevilla está preciosa, mucho más bella que hace unos años, no a todos la edad les sienta mal. Ni a nosotros, que seguimos siendo niños en busca de lo que vamos a ser de grandes.